Hace poco más de un mes tuve la oportunidad de competir por primera vez en un Ironman de media distancia (IM 70.3) en Cozumel. Es el primero de este tipo que compito pero no el primer triatlón. En mis 46 años he competido en 18 ocasiones en triatlones olímpicos, en dos maratones, nueve medios maratones, innumerables carreras de distintos kilómetros y he entrenado intensamente para disfrutar cada uno de ellos.
En esta ocasión, siendo que el IM 70.3 en mi personal forma de pensar, es el padre de todas las pruebas, contraté a un entrenador para que guiara mi preparación con conocimiento de causa. Anteriormente siempre había sido autodidacta y la experiencia de los años de alguna forma me mantenía confiada. No así en esta ocasión, pues es la prueba del "Hombre de Acero". O sea ya el nombre impone, aunque fuera de media distancia. Hecho que me causa gracia, ya que cuando me preguntan que si lo hice, enseguida los ojos se hacen enormes pero se contraen cuando menciono que es el de media distancia. Lo cual no es poca cosa, sin embargo uno puede detectar perfectamente a quien compite y a quien solamente de oídas sabe qué es una prueba de estas características, pero no entiende la demanda que implica.
Es como quien te pregunta que de cuántos kilómetros es el maratón, o el medio maratón. Es decir, hasta para estas conversaciones hay de conocedores a conocedores. En fin, volviendo al tema que nos ocupa en esta entrada, quiero compartir que en realidad el objetivo lo cumplí; disfruté la competencia pero sobre todo fue edificante espiritualmente. Me transformó la forma de ver el deporte. El tiempo todo lo va curtiendo, y hoy puedo decir que he comprendido que es posible realizar una pasión por amor.
Cada kilómetro lo dediqué por una intención especial de alguna persona en particular. A pesar de que antaño ya lo hacía, ahora fue a conciencia, técnicamente elaborado. Cada intención, 112 intenciones fueron anotadas, impresas y enmicadas. Once tarjetas salieron para poderlas meter en el bolsillo del trisut y así fue como durante seis horas con cuarenta y ocho minutos, nadaron, rodaron y corrieron conmigo.
Cada momento de tribulación, en el que la mente me quería detener, en el que el clima me quería vencer, en el que de pronto sentía que era demasiado, las intenciones me daban gasolina para no desfallecer. No podía detenerme ante situaciones que no tienen fin, como el cáncer de una niña, como la depresión de un joven, como el sufrimiento de una madre que había visto a su hijo morir. Es decir, el Ironman personal de cada una de las intenciones no para lo que hizo que el mío tampoco culminara hasta que no fuera en la meta.
Y así fue. Llegando a la meta la adrenalina vuelve a correr por todo el cuerpo con un entusiasmo que perdura y es una sensación como de resaca de felicidad que no para. Es verdaderamente indescriptible y muy aconsejable realizar. Sobre todo cuando la meta no concluyó en Cozumel, sino en la Basílica de Guadalupe, a donde a la semana fui para llevar las tarjetas y entregarlas a la Virgen María. Quien es la mejor intercesora por nuestras necesidades. Por ello también mi traje fue hecho especialmente pensado en traer a la madre de Dios conmigo, y en mi espalda una imagen plasmada de ella me acompañó durante todo el recorrido: Por mis hijas, por las mamás que sufren, por tus intenciones. Se podía leer y la gente que pasaba junto a
decía "Amén" daba gracias por haberla visto y me felicitaba. De alguna manera, la Virgen pasaba junto a mi frente a todos los ahí presentes.
Fue edificante. Verdaderamente fascinante y muy emocionante. Sí es un parte aguas en mi vida, sí puedo decir que aquí comprendí que vivir amando es lo que da la verdadera felicidad. Es decir, si amo a Dios a quien no puedo ver, lo hago a través de lo que más ama él, a sus hijos, a mis hermanos, y esforzándome por sus necesidades es un pequeño gesto de amor que a veces cuesta trabajo siempre estar viviendo así, pero si no se hace el intento nunca se llega a comprender que dando es cuando más felices somos.
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