¿Por qué es importante el diezmo? Una invitación a vivir la generosidad cristiana
- Ale Diener

- hace 3 días
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En la vida cristiana hay prácticas que, aunque discretas, sostienen silenciosamente la misión evangelizadora de la Iglesia. Una de ellas es el diezmo, una costumbre que muchos católicos conocen de nombre, pero cuyo sentido profundo no siempre terminamos de comprender.
Hoy quiero invitarte a redescubrirlo con una mirada renovada: no como un deber económico, sino como un acto de fe, de gratitud y de corresponsabilidad pastoral.
1. Dar a Dios lo que es de Dios: un gesto que nace del corazón
La Iglesia Católica no obliga a entregar un porcentaje fijo. Más bien nos recuerda la enseñanza de San Pablo:
“Cada uno dé según lo haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Co 9,7).
El diezmo, entendido cristianamente, es una forma de reconocer que todo lo que somos y tenemos proviene de Dios. Es devolver con amor una pequeña parte de lo que Él, con infinita generosidad, ya nos ha entregado.
2. Tu parroquia vive gracias a ti
Detrás de cada misa, cada sacramento, cada catequesis y cada obra de caridad, hay una comunidad que sostiene la vida parroquial con generosidad.
El diezmo permite:
Mantener los templos: electricidad, agua, ornamentos, mantenimiento y seguridad.
Sostener a los sacerdotes, que dedican su vida al servicio de los fieles.
Formar a niños, jóvenes y adultos en la fe.
Ayudar a los más necesitados con obras concretas de caridad y misericordia.
Cuando un feligrés diezma, está participando activamente en la misión evangelizadora de su comunidad. Está diciendo con hechos: “Esta es mi Iglesia, esta es mi casa, y quiero sostenerla.”
3. Un acto que transforma el corazón
El diezmo no es solo una ayuda material: es también una herramienta espiritual.
Nos enseña a:
vivir con confianza en Dios,
desprendernos de aquello que nos ata,
cultivar la virtud de la generosidad,
y abrir el corazón a la providencia.
La auténtica generosidad siempre libera, porque nos recuerda que nuestra seguridad no está en lo que poseemos, sino en Aquel que nos sostiene.
4. La Iglesia, familia de familias
Así como un hogar se sostiene cuando cada miembro aporta algo para el bien común, la Iglesia —que es una gran familia— funciona de la misma manera.
Cuando tú contribuyes, aunque sea con poco, permites que otros reciban sacramentos, acompañamiento, orientación, consuelo, formación o ayuda material. Tu generosidad toca vidas que quizá nunca conocerás, pero que Dios sí conoce y bendice.
5. ¿Cuánto debo dar?
La Iglesia invita a que cada uno ofrezca lo que pueda, con generosidad y libertad.
Algunos creyentes toman como referencia el tradicional 10%; otros lo dividen entre su parroquia y obras de caridad.
Pero la clave no es la cantidad, sino la constancia y la intención: dar con amor, dar con confianza, dar como un gesto de comunión.
6. Una invitación personal
Hoy quiero invitarte a mirar tu parroquia con nuevos ojos. Piensa por un momento en todo lo que recibes:
los sacramentos, la palabra de Dios, la formación, el acompañamiento espiritual, la comunidad que te sostiene.
La Iglesia te necesita, sí… pero tú también necesitas a la Iglesia.
Y cuando das, no solo la sostienes: te construyes a ti mismo como un discípulo más libre, más agradecido y más consciente del don que es pertenecer a Cristo y a su Iglesia. Concluyo con esta reflexión:
El diezmo no es un gasto. Es una siembra. Y quien siembra en la obra de Dios, cosecha en su propia vida frutos de paz, confianza y bendición.
Que el Señor te conceda un corazón generoso, y que tu ofrenda —sea grande o pequeña— sea siempre un acto de amor.




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