El orgullo como símbolo de la decadencia moral

En una sociedad que ha desplazado la humildad y la virtud al margen del discurso público, hacer alarde del orgullo —el más sutil y devastador de los pecados— se ha convertido en una práctica no solo tolerada, sino celebrada. El orgullo, que históricamente ha sido comprendido como la raíz de todas las caídas humanas, hoy se disfraza de autoafirmación, empoderamiento o incluso de derecho.

Sin embargo, cuando una sociedad enaltece el ego por encima del bien común, y la vanagloria personal por encima del servicio y la entrega, lo que evidencia no es evolución, sino putrefacción moral. El orgullo que no busca corregirse, sino exhibirse, refleja un alma social enferma: incapaz de reconocer sus límites, ciega ante su necesidad de redención y soberbia en su rechazo a la verdad.

Allí donde el orgullo se aplaude y se impone como bandera, la humildad es tachada de debilidad, la corrección fraterna es vista como odio, y la búsqueda del bien objetivo es sustituida por la tiranía del deseo individual. Este fenómeno no es progreso: es señal de una civilización que ha perdido el norte, confundiendo la libertad con la idolatría del yo.