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México: aborto, mortalidad materna y una cultura de desvinculación

Los indicadores recientes del INEGI muestran que México enfrenta un fenómeno silencioso: el declive poblacional en varios estados, acompañado de migración interna, envejecimiento acelerado y un déficit creciente de mano de obra.


En este contexto, se ha querido instalar la idea de que la legalización del aborto reduce la mortalidad materna. Sin embargo, la evidencia científica demuestra lo contrario.


Un estudio publicado en BMJ Open (2015), que analizó datos de los 32 estados de México entre 2002 y 2011, encontró que en los estados con leyes más permisivas hacia el aborto la mortalidad materna promedio fue mayor (49.6 por cada 100 000 nacidos vivos), en comparación con los estados más restrictivos (38.3). La tendencia se repite en las muertes relacionadas con aborto (3.7 vs. 2.7) y en las muertes por abortos inducidos (1.7 vs. 0.9).


Aunque los autores reconocen que variables sociales influyen en los resultados, los datos crudos revelan una correlación directa y preocupante: donde el aborto es más accesible legalmente, mueren más mujeres durante el embarazo y el parto.


A ello se suma un vacío estadístico intencional: en México el sector salud privado no está obligado a reportar abortos, lo que significa que una parte significativa de los procedimientos queda fuera del registro oficial. Esta laguna alimenta el maquillaje de cifras y distorsiona la magnitud real del problema.


El trasfondo no puede olvidarse. Desde 1975, el CONAPO impulsó campañas oficiales para reducir la natalidad, bajo el discurso del “desarrollo”. Hoy vemos los frutos de esa política: menos hijos, más abortos, más desvinculación familiar.


La desvinculación se multiplica cuando a los pocos hijos que nacen se les deposita en guarderías desde apenas un año y medio de edad. John Bowlby y Mary Ainsworth demostraron que la separación temprana y prolongada del cuidador primario quiebra el apego seguro, generando en los niños inseguridad, ansiedad y mayor riesgo de trastornos emocionales.


El resultado es un círculo vicioso: menos población, menos mano de obra, más enfermedades mentales y una sociedad adversa a los hijos.


Hoy, más que nunca, es necesario un cambio de rumbo. El aborto no solo no salva vidas, sino que en los estados más permisivos se asocia con más muertes de mujeres. México necesita políticas que protejan la vida, fortalezcan a la familia y garanticen salud materna de calidad.


No se trata de números, se trata de un futuro humano: reconstruir la cultura del hijo como camino de vida, esperanza y desarrollo verdadero.

 
 
 

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